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Algunas reflexiones sobre el quehacer arquitectónico

quehacer arquitectónico

En este artículo acompañamos a Eugenio Aguinaga en algunas de sus reflexiones sobre el quehacer artquitctónico, en algunos retos de la arquitectura contemporánea y los desafíos a los que se enfrentan los arquitectos encargados de custodiarla.

¿Qué es arquitectura? ¿Por qué es importante? ¿Cómo debe uno construir? Estas preguntas nunca han sido más urgentes, pero los arquitectos y los teóricos dudan de contestarlas de una forma seria y sistemática.”[1]  La ausencia de respuestas, el desinterés incluso, han sumido arquitectos y sociedad en la confusión.

Las filosofías de la inmanencia en su abandono de la Metafísica han sido incapaces de formular una Estética comprensible, herramienta indispensable para una Teoría de la Arquitectura. Sin teoría no es posible la crítica y sin ella no se puede enseñar. Como resultado de la crisis del racionalismo todo es fugaz y provisional, la arquitectura, también, se reduce a experiencias de lo efímero.

Ignorada la arquitectura, se cultiva y enseña informática, planificación, fontanería, climatización, electrotecnia, cálculo … Disciplinas todas ellas en las que el arquitecto es perfectamente sustituible por las ingenierías y la industria de la construcción.

¿Qué hacer? Habrá que volver a lo básico en la Escuela. Nos recuerda el Filósofo que “La experiencia parece relativamente semejante a la ciencia y al arte, pero el hecho es que, en los hombres, la ciencia y el arte resultan de la experiencia: y es que como dice Polo, y dice bien, la experiencia da lugar al arte y la falta de experiencia al azar.”[2]   Experimentar la arquitectura, viajar, es indispensable. Libros y revistas no son experiencias arquitectónicas y antes de proyectar hay que pisar el lugar, percibir la escala con nuestra propia referencia corporal. Muchas veces habría que dictar las clases entre los andamios, en contacto con la poderosa e impresionante fuerza de lo real.

Sólo se aprende asociándose con el trabajo de los maestros. No se excluye la teoría, pero se aprende con la práctica. El talento se tiene o no se tiene, pero no es raro y su presencia se detecta en la facilidad con que el discípulo domina el arte del maestro. En cambio, los genios son sumamente raros. Lo primero es en todo caso respetar la primacía del hacer sobre la erudición. Para aprender a tocar el tambor puede ayudar un libro, pero es indispensable tener un tambor. Por eso la asignatura de proyectos debe ser el centro de los estudios de arquitectura.

No hay que confundir el saber de arquitectura, que es historia, erudición, con saber hacer arquitectura. Lo primero es un aprendizaje en el plano de los conocimientos, lo segundo es un arte que se mueve en el plano de lo práctico.

Es ya tiempo de rechazar ese manierismo superficial y ridículo de formas desordenadas y traza irracional, carente de lógica constructiva y estructural, “pour épater le bourgeois”, hacerse el interesante y “publicar”. Volvamos a la reflexión, la objetividad, el orden, la sensatez, la proporcionalidad.

Es cierto que el trabajo del arquitecto está lleno de limitaciones. Pocas veces puede escoger los encargos, el lugar le viene dado y se tiene que limitar a los materiales disponibles. Trabaja con presupuestos limitados y dentro de un marco legal frecuentemente agobiante. La lista de restricciones es interminable y nunca se está seguro de haber visto la última. Es de esta maraña de dificultades de donde el arquitecto tiene que sacar su obra. Una obra fruto de su imaginación con la inevitable impronta de su manera de ser con la que establecerá una relación apasionada. Detrás de toda buena arquitectura se esconde siempre un combate. Y esto ha sido así siempre: desde antes de Vassari y hasta después de los avatares de Utzon en Australia. “Hay mucha sangre en el mortero de cualquier gran monumento y mucho dolor humano en la belleza de una catedral”[3].

Efectivamente “las cosas bellas son difíciles”[4] y debemos considerar las dificultades como elementos de configuración de la arquitectura, como una oportunidad más que como una limitación. Si reflexionamos después de tantos años de quehacer, quizás analizando nuestro proceder podremos esclarecer la racionalidad que subyace bajo la intuición.

En el origen de toda arquitectura hay un encargo, la satisfacción de una necesidad. Esto es tan importante que no sólo no hay arquitectura sin cliente, tampoco hay arquitectura sin programa. La utilidad se constituye así en condición necesaria, aunque no suficiente de la buena arquitectura. Una función que no tiene por qué ser sólo de orden material.

Tampoco hay arquitectura sin lugar. El lugar postula una determinada arquitectura y la arquitectura reconfigura el lugar, el espacio público de la ciudad, ambito de la convivencia social.

Son también decisivos los materiales y lo son por dos motivos distintos. En primer lugar porque definen la forma de construir y esta la forma estructural y la composición de volúmenes. De hecho, los cambios formales profundos en la historia de la arquitectura han estado íntimamente ligados al material y a la tecnología. En segundo lugar, porque la textura es parte esencial de la experiencia arquitectónica. El material interactúa con el entorno y con el espectador. Con qué y cómo se va a construir es una de las primeras decisiones a tomar al inicio del proyecto.

La estabilidad es condición radical que se concreta en una estructura a la que debe radicalmente su forma el edificio. En la práctica profesional se disocia muchas veces la estructura del diseño arquitectónico. Se esboza una arquitectura en la que , en una segunda fase, se introduce todo un sistema de sustentación independiente. La obra así proyectada casi siempre resulta incoherente y falta de expresividad.

El sistema de todo tipo de instalaciones del edificio se convierte también en muchos casos en factor formal. Como en el caso de la estructura sustentante, debe estar presente en el comienzo del proyecto y ser coherente con el todo. No puede ponerse a posteriori en manos de la ingeniería.

Estructura, instalaciones, y materiales–muchas veces productos industriales- son junto a la racionalidad económica las premisas con las que hay que trabajar. Normalmente el respeto a estas premisas es, como la utilidad, condición necesaria para la calidad de un proyecto. La arquitectura debe ser humana y por lo tanto profundamente razonable. Como decía Alejandro de la Sota un arquitecto debe destacar por su sabiduría, “nunca por hacer tonterías”. Por esto se entiende que llegar a ser un maestro lleve tiempo: la buena arquitectura salvo excepciones es obra de madurez.

Resolver sólo las premisas es lo que podríamos llamar “construir bien” pero la buena construcción no es ya de por sí arquitectura. Hay muchos edificios que funcionan en cuanto a su utilidad, estabilidad, instalaciones o estanqueidad.

Sentadas las premisas es el momento de la la creatividad. Un proceso laborioso de prueba y error en el que la autocrítica debe estar siempre presente. Precisamente es esta necesidad de autocrítica, de distanciarse un poco, la que hace tan fecunda muchas veces la colaboración. Proyectar es siempre explorar, encontrar posibilidades insospechadas, dejarse llevar por la necesidad, la geometría, las sugerencias del lugar.

Es preciso entender el paisaje y la ciudad, ponerse físicamente en el sitio, vivir el entorno. Y esto es aún más importante cuando, como ocurre en la actualidad, se proyecta para otras culturas y otra sociedad. La arquitectura no se ve como un objeto estático en el espacio, en ella nos movemos, nos envuelve, se huele, se oye y se toca. Y con todo ello, espléndida la luz, el sol y la sombra, los reflejos y los claroscuros en un movimiento constante a lo largo del día, en las diferentes estaciones.

Para hacerlo todo un poco más complicado hay que contar además con factores subjetivos por el lado de los que van a vivir la arquitectura. Esta es casi siempre evocadora y el espectador filtra lo que ve a través de su historia personal. Tradiciones y recuerdos, experiencias personales gratas o desagradables, ideas y creencias. Por eso es tan difícil proyectar un templo y tan conflictiva una residencia particular.

El proceso de proyectar es inevitablemente colaborar y por tanto comunicar. Hay que dominar el dibujo manual, esa casi espontánea forma de expresión, que transmite y sugiere a los otros y nos descubre a nosotros mismos lo que buscamos. Las maquetas de trabajo, toscas y elementales, pero rápidas y fáciles de manipular, ayudan también a trabajar en tres dimensiones facilitando la comprensión de la escala y manifestando posibilidades o limitaciones que de otro modo no se habrían logrado detectar.

La buena arquitectura suele descansar muchas veces en una idea potente que carecteriza la propuesta. Decía Pavel Florensky que “… un cuadro es bello no por los diferentes detalles sino más bien por la fuerza de un pensamiento único que lo inspira” . A veces, pocas, esa idea aparece al principio otras veces tras mucho indagar. En todo caso hay que ponerla a prueba y luego depurar. Hay que lograr que la evolución del proyecto y después la de la construcción no desvirtúen ese pensamiento original.

Hay buena arquitectura cuando hay belleza, eso que agrada cuando se percibe con la mente y los sentidos. La buena arquitectura se experimenta, habla por sí misma. Fue Isadora Duncan la que dijo que, si pudiera explicarla con palabras, su danza sobraría.

Pertenecen a la buena arquitectura el orden conceptual y formal, la armonía y la proporción, la escala y la magnitud. La obra es perfecta, íntegra, cuando nada sobra y nada falta. Esto explica las dificultades que se encuentran cuando hay que intervenir en una obra maestra.

Patrik Schumacher ha postulado recientemente en un interesante artículo una elegancia que articule la complejidad partiendo de que la elegancia habla por sí misma, sugiere sofisticación y un gusto refinado[5]. En inglés “elegance” es precisión, limpieza y simplicidad. En español es “gracia, noblez y sencillez”. Pensamos que la elegancia se identifica con lo que la estética clásica llama “claritas“[6]. Soluciones claras, plantas limpias, sencillez en el detalle, gestos rotundos …

A pesar del arquitecto, hecha para durar, la arquitectura acaba escapando a su control[7]: no sabe cómo envejecerá ni que tratamiento recibirá. Siempre hablan por sí mismas, del paso del tiempo y de su autor. De ahí la fascinante belleza de las ruinas.

Es importante recuperar la Arquitectura para la sociedad. La Arquitectura que se remonta a la más remota antigüedad, registro perenne de la historia, retrato de la humanidad.  Imaginemos un mundo en el que no tuviéramos las Pirámides, el Partenón y el Panteón, Santa Sofía, las Catedrales, la Alhambra, el Taj-Mahal, la Ciudad Prohibida de Pekín, El Escorial, San Pedro, Versalles, Blenheim, la Torre Eiffel y la Opera de Sidney. No quedaría rastro, seríamos orfandad.

El Panteón sobrecoge. Prácticamente ignoramos su función. No nos importa lo que costó, ni su plazo de ejecución. Posiblemente no simpaticemos con Adriano. Quizás hay corrientes de aire y tenemos frío. Ni siquiera nos parece un alarde estructural, aunque lo sea. Desconocemos el arquitecto… Pero nos arrebata: eso es la Arquitectura. Nos ha seducido la Belleza: “quod visum placet”[8].


[1] Roger Scruton “The Aesthetics of Architecture” Princeton 1979 pag. ix

[2] Aristoteles “Metafísica” Libro I p.71 Gredos Madrid 1994

[3] Etienne Gilson “Forms and substances in the Arts” pg. 68  Dalkey Archive Press  Urbana-Champaign 2001

[4] Marcelino Menéndez Pelayo “Historia de las ideas estéticas en España” pg.27 C.S.I.C. Madrid 1974

[5] Arguing for ElegancePatrik Schumacher, London 2006, Published in: Elegance, AD (Architectural Design), January/February 2007Editor: Helen Castle, Guest-edited by Ali Rahim & Hina Jamelle                     

[6] Cfr. Por ejemplo Pseudo-Dionisio, “Comm.Div.Nom. IV, 6 “… la claridad pertenece a lanaturaleza de la belleza.”

[7] “El entorno construído es una compleja trama de interacciones entre las intenciones del diseñador y la realidad de las acciones de los usuarios” Crystal Bennes en The Architectural Review, May 2010, pg.031

[8] El sic patet quod pulchrum addit supra bonum, quendam ordinem ad vim cognoscitivam; ita quod bonum dicatur id quod simpliciter complacet appetitui, pulchrum autem dicatur id cuius ipsa apprehensio placet. (S. T. I, 5, 4 ad 1, y I-II, 27, 1, ad 3)

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